Caminata

(primera parte)...

Salgo a caminar ¿”Por la cintura cósmica del sur”? Por la rodilla más o menos. Choele Choel, chorizo urbano. Es atardecer, o anochecer. ¿Cuál es la diferencia? La hora es igual. ¡Ya la sé! Si es atardecer, me voy pal rio. “Quedate un ratito más” me dirá el crepúsculo, y el rio, su ruido silencio, logrará maniatarme. Si es anochecer caminaré  a las bardas, a ver qué tan grande nace la luna hoy ¿Qué más lindo?

Pero no. Hoy quiero resignar lo bello. Para ganar otra belleza. La complejidad. Mejor marcharé por el pueblo. Por el pueblo mismo. El material, y el simbólico.

Empiezo por Keneddy, me lleno de pasto. Parejas mimosas. Un picadito. Frustrado por el placero. Un matecito me convidan. Y sigo, no sin tentarme, por ese futbol- tenis en lo del Copetona.

Miro hacia las bardas. Cruzando la 22. Un barrio forastero se consolida. Embarazo de organización. A orillas  del Casino. Los coches de siempre.

Continúo por esa calle. ¿Por qué un presidente yanqui? En Choele Choel nació Rodolfo Walsh. Escucho un “pasteleeero”. Un gladiador bicicleteando. Transportando esa paradoja. Vendiendo el pan para ganarse el pan. Y doblo por esa calle. Apuntando al anochecer. La única de asfalto, de aquí hasta la punta, que nace  la  izquierda.  Cementerio es el horizonte. Horizonte es el cementerio. Lo gambeteo. Y subo a la antena, donde lo veo todo. Chacras de fondo. Corralitos de álamos. ¿Cuántas cosas estarán pasando aquí abajo? En cada barrio. En cada manzana. En cada casa. En cada pieza. En cada cabeza. En cada corazón.

Retorno por la de asfalto. Nuevamente a la John Fitzgerald, para seguir mi ruta. El semáforo. Sí que me demora. (Los semáforos de mi pueblo son pocos, pero densos). Dejo atrás  la cuadra del “cebeú”. Dejo atrás mil recuerdos de época linda. Y un par de quejas a la de Geografía.

De reojo nomás “los depa”. (¡Qué mundo!). Es que si me meto, jamás terminaré el escrito. Un texto aparte les prometo. Mientras escucho a Rubencito coreando por Boca.

Armatostes amarillos están violando al Pico Blanco. Pasos veloces de la bronca. Cuando una señora abre las cortinas y siente que algo le falta. Prosigo, paso a paso. “Hola Silvia, hola Liliana”. Reconocidas caminantes. Compañeras. Antes pasó el Adeff. Que algo está tramando. Siempre sospecho eso.

Hasta que la cancha de “Villa”. Para no ser menos que el pastelero, me convida su paradoja. A la par del rio, tiene sed.

“Tomates podridos”. No son las calles del Abasto, querido Luca. Son los discriminados de La Campagnola, que no llegaron ni a ser puré. Por las dudas que sea cierto, fabriquita, eso de que andas contaminando el rio, te mando a la concha –contaminada-  de tu madre.

Y sigo tragando pasto. Por la San Martín. De ésta sí que me gusta el nombre. Para la izquierda me llama un barrio. El sur, de Villa UNIÓN. ¡UNIÓN!. Este sí que está consolidado, organizado. Los códigos naturalizados. En el potrero se forjan futuras estrellas de Liga Avellaneda. Una cumbia. Apaga una pena por ahí. Y en un par de almacenes las doñas pueden pedir  fiado.

Retorno a la del prócer. Para ver los eucaliptus de “El mentor”. Otra cuadra. Y un veterano, sentado en la carreta del frente, extraña  aquel Cine de la esquina. Y yo extrañando –como mi pueblo y mi gentil monedita- a la Esther, al pasar por el hospital.

Y doblo para la costanera. Oh! Casualidad es la misma calle del cementerio. Pero apuntando al grandioso rio. Apuntando  al atardecer. ¿Cuántas cartas de amor habrá en el correo? El sueño es que sean más que las facturas de pago. De pasada el municipio. Algunas cosas le aplaudo. Otras le reprocho. ¿¡Qué han hecho del islote!? Es mi gran disgusto.

Y llego a la costanera. La del bracito, que está muy mona. Y se gana un aplauso. Me le declaro al bracito. “Me gusta tu verde”.  El puentecito tiene una anécdota para cada choelense. Y me invita a pasar. Al paraíso. Al islote. Mi lugar preferido.

esta caminata continuará...