viernes, 21 de enero de 2011

Relato del mayor exceso del joven Charlestone

No fue en Hollywood, fue en un pueblito del sur. No hubo una gran explosión, pero si que hubo acción. El joven Charlestone solía ser “sacado”. Tenía antecedentes de locuras importantes, por ejemplo, enfrentar a trompadas a cinco hombres y tumbarlos a todos, solito y solo. La gente del pueblo aún recuerda una pelea en la que el joven se enfrentó con otro gigante, el “Farías”, a quien también tumbó, pero de una manera más heterodoxa. Mientras ambos estaban cara a cara, de pie, con los puños en defensa, cubriéndose el rostro y analizando un posible ataque, Charlestone desenfundó una patada directa, veloz como un rayo, y se la calzó en la geta. Agilidad pura, y un tanto de pasión por la lucha. El joven Charlestone se jactaba de ser el 007. “Cero perdidas, cero empatadas, siete ganadas” decía siempre con orgullosa sonrisa.
Sus hazañas no eran sólo de combate. Aún no está comprobada la veracidad del chimento, pero algunos testigos manifestaron haberlo visto de mañanita, llegando a su hogar en el Renault 9, y sosteniendo un sensible diálogo con él. Según versiones, el joven acariciaba el coche mientras le decía “perdón viejito, perdón por tratarte así, te prometo que no volverá a pasar”. Otros dicen haberlo visto en cuero en el pub más cheto del pueblo.
Pero hubo una vez en la que el joven Charlestone se consagró como “sacado”. Quien lea este relato deberá tratar de ponerse ya un disco en la cabeza, uno con música de película de acción (del estilo de “Misión imposible” o algo así). Al parecer, venía acumulando chifladuras veraniegas de adolescente. Y encima uno de sus amigos, el “Febula” le decían, sabía explotarle como nadie la impulsividad y la rebeldía. No había nada más fácil que decirle “no te zarpes” para que Charlestone se zarpe. Y ese día de la consagración, comenzó gracias a que Febula –pillín como siempre- lo desafió mientras paseaban de madrugadas en el R9: “Este cacharro es re flojo…” le dijo el hijo de puta  mientras ya palpaba el cinturón de seguridad. El 9 pasó de 20 a 100 kilómetros por hora en tan sólo 90 metros. Sacado iba Charlestone, mientras Febula disfrutaba como nadie de su locura. (Recuerden imaginarlo con música de acción, pues, así lo recuerdan los testigos. Sostienen que la música le pone más pimienta  a la historia).
Iban por una avenida que se transitaba rápido. Tan rápido que los municipales habían colocado un significativo lomo de burro en un lugar estratégico. Tan estratégico que el joven Charlestone sólo lo vio a 40 metros de distancia, gracias a que Febula -que disfrutaba paralelamente de la velocidad y de la locura charlestoniana- le dijo de forma concisa “¡el lomo de burro! ¡La yuta!”. Claro, no sólo tenían que enfrentar ese tremendo lomo de burro a 100km/h sino que, además, un patrullero policial paseaba delante de ellos (a punto de franquear el obstáculo). Charlestone, dueño del volante, debía resolver en milésimas de segundos. Podría haber pisado el pedal del medio y realizar una de esas grandes frenadas con chiflido. Pero el conductor distaba mucho de ser un tipo frío. Fiel a su estilo, el joven Charlestone, al tiempo que palpitó una gran persecución policial, apretó aún más el acelerador. Agarró el lomo de burro a 110km/h dando un sensacional salto a la par, ni más ni menos, que del automóvil policial. (Los testigos aún siguen boquiabiertos y no logran describir la cabriola).
Cómo no podía ser de otra manera, y al ver que el Renault agarró equilibrio, la policía encendió las sirenas y comenzó a seguirlo. (Algunas versiones indican que pidió refuerzos). Al mirar por el retrovisor y ver las lucecitas del coche vigilante, el joven Charlestone recordó no llevar el carnet de conducir, lo que le causó más desesperación y, por ende, le provocó meter la quinta velocidad. Enceguecido  iba Charlestone a 120km/h rompiendo la monotonía del pueblito sureño. Aunque Febula, ya un poco asustado, le advertía “¡frená  boludo!”, el joven no podía pensar en nada más que en escapar. Se había comido la película.
Sólo un inmenso grito de su acompañante lo pudo transportar a la realidad: “¡Charlestone pensá! ¿¡Adónde te querés escapar pelotudo!?”. Y recién allí, tras 400 metros de persecución el desequilibrado bajó la velocidad hasta detenerse en medio de la Avenida. El patrullero, que venía haciendo mucho barullo, freno colosalmente. Pasó al Renault 9 por el costado y al frenar hizo una suerte de coleada que lo dejó con la trompa en diagonal a la trompa del R9. (Las pocas personas que presenciaron el hecho, aún no pueden creer que haya sucedido algo tan espectacular en el pueblito).

Fotografía: Cortesía de la chismosa vieja Fernández


Del patrullero se bajaron tres uniformados. (Algunos dicen que el más gordito tenía un arma en mano. La mayoría del pueblo sostiene que lo del arma es una triste exageración de la chismosa vieja Fernández).
De inmediato y con agresividad los cobanis hicieron bajar del 9 a Charlestone y Febula. Los hicieron apoyar las manos contra el capote, cosa de asegurarse que ninguno realice un movimiento extraño. Cuando el policía (el más líder de los tres) vislumbró que los infractores ya se habían resignado a la rebeldía y estaban en son de paz, recién allí, le dio la orden al joven Charlestone para que busque el carnet de conducir. Nuevamente, el joven debía resolver una complicada situación en cuestión de segundos. Y nuevamente la resolvió fiel a su estilo: el pibe fue derechito a la guantera, revisó los papeles, y peló un carnet que andaba en la cartucherita de cuero. Haciéndose el moderado le alcanzó la credencial al policía cabecilla. El policía chequeó la documentación.
-         ¡No! Esté carnet es de una mujer…- dijo medio desorientado.
-         Si, es de mi hermana, pero sirve- respondió el muy plaga actuando de tipo centrado.
Febula, que contemplaba la situación arrepentido por haber dicho lo del “cacharro flojo”, tuvo que hacer la fuerza que jamás en su vida hizo para aguantar la carcajada.
El policía, quedó mirando fijo a Charlestone. Su mirada fue penetrante. Asustaba. El joven no pudo soportar el peso en sus ojos, y recién allí se entregó del todo.

-         Perdón… me excedí, me excedí- dijo mostrando un arrepentimiento un tanto picarezco.

El joven Charlestone, tuvo la grandísima suerte de que su idiotez, en vez de retobar al oficial, le cayó en gracia.  Tal vez, el policía disfrutaba estar viviendo algo diferente a lo cotidiano.
En vez de llevarlo en cana, el policía, cómplice de la trevesura, le dijo “Agarra el auto y te vas detrás nuestro hasta tu casa”.
“Vos, ¡te vas caminado!” fueron las palabras para Febula. El pobre tuvo que caminar varias cuadras para regresar a su casa. Pero por dentro sabía que ese era el precio de haber encendido la llama de Charlestone.
Por su parte Charlestone, obediente como nunca y con el gordito de acompañante, siguió al patrullero sin poder meter ni siquiera la tercera velocidad. El policía (el menos protagonista), sabía bien dónde vivía Charlestone. (Al parecer, tenía fichada a su hermana, la tetona).
Llegaron a puerto. El gordito y Charlestone se bajaron del Renault 9 casi al mismo tiempo.
-         te vas a dormir- le dijo el más jefe luego de bajar la ventanilla.
Y Charlestone, percatado de la complicidad, quiso devolver la generosidad.
Les repartió un cálido abrazo y un beso en la mejilla a cada oficial, y se fue a dormir con el fuerte sentir de que esta fue la vez que más se excedió. 


3 comentarios:

  1. ajajaaaa es tremendoo, mas que joven, el nene charles no toques el tibb!!! ringggggggggggg

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  2. yo comparti esa gran emocion!.. ahora q hijo de puta es carlitos!

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