En aquel plantel del Sportsman Club de Choele Choel que disputó el Torneo Argentino B en el año 2003, habitaban “el Morrón”, “el Trucha”, “el Rifle”, “el Facha”, entre otros especímenes. A mi me tocó integrar ese equipo, por eso puedo hablar de un personaje de aquel grupo, del Negro Crespo, quien, disconforme con la simplicidad de su apodo, “el negro”, optó por autodenominarse “El Churro”. Su rol, ese de ser “la alegría del grupo”, le concedió al Negro el poder necesario para que sus compañeros lo adoptemos incondicionalmente como “Churro”.
Por aquel entonces, con tan sólo 23 años, el Churro ya llevaba tres panes bajo el brazo. Los alegres “churritos”, Fabri, Joaquín, y Luci, tendrían, poco tiempo después, dos nuevos hermanos.
El Churro Crespo, como buen morocho que era, y con tanta alegría que emanaba, sabía lucir a la perfección su cristalina dentadura. Era un tipo que se reía de sí mismo, que a su oscura condición dérmica la lucía con humor, con un orgullo lindo.
Qué más decir, si mutó de “Negro” a “Churro”…
Y ahora que lo recuerdo, también se quería cambiar el apellido. El Churro se autoapellidaba “Crespoff”, bien ruso, o alemán. Era un pibe que se hacía querer.
Más allá de su sonrisa y la agradable luz que iba consigo, había algo en su cuerpo que a nadie alarmaba pero que, particularmente, me llamaba la atención. Estoy hablando de sus piernas.
Algo anormal tenían. Uno las observaba, largas y flacas, y sentía lo mismo que al alargar la mirada sobre algún interminable caminito pampeano. Eran una cosa larguísima, pero conservaban una particular armonía. Quiero decir, eran tal vez desproporcionadas en relación a su cuerpo; pero aún así, esas piernas tenían una estética natural. Y eso no dejaba de llamarme la atención.
En cuanto a lo futbolístico, puedo decir que el Churro Crespo, o Crespoff, era un atleta etíope. ¡Pff! ¡Mierda que corría! Con la pelota no era un mágico, pero se defendía bien. Aunque de vez en cuando comía banco, era importante en el equipo, dentro y fuera de la cancha. Polifuncional. Lo ponían en cualquier puesto y él respondía. Su entrega siempre era máxima.
Además de esa terrible “leche”, había otra habilidad que desplegaba. Una cosa rara, que yo por lo menos no volví a ver. ¡Cómo se tiraba de palomita el guacho! Era una cosa impresionante. Cada vez que llegaba al área y recibía un centro más o menos apetecible, abría bien sus ojos, medía sus pasos (repiqueteados a la perfección) y despegaba. ¡Tremendo! Porque el frentazo siempre era potente, y bien dirigido.
Y lo llamativo era que uno lo veía tirar esas exageradas palomitas en los entrenamientos, boludeando, y se cagaba de risa. Pero llegaba el Domingo y, juegue contra quien juegue, el Churro tiraba la palomita. En cualquier sector del campo eh.
En ese año, tenía un antecedente de gol de palomita. Había sido en un partido amistoso contra otro club del pueblo. Pero, para consagrar esa jugada, “su” jugada por excelencia, tenía que meterla en el Argentino. Y la ocasión que se avecinaba era perfecta. El Churro había jugado bien el último partido y ya desde el entrenamiento del miércoles, Pelusa, nuestro técnico de entonces, le había dado a entender que el domingo sería titular.
Aquel día, Sportsman debía hacer de local contra Sol de Mayo, el equipo de Viedma, de la capital. La cancha se iba a llenar, sin dudas. Y el Churro, ya desde el miércoles, aunque sin dormir demasiado por los nervios, había empezado a soñar.
Llegó el entrenamiento del día jueves, ya palpitábamos el partido. Mientras entrabamos en calor nos contó, a Mendoza y a mí, algo que soñó esa última noche.
Siempre, con Mendoza y el Churro nos anticipábamos imaginariamente al partido. Y siempre, así como a Mendoza le pronosticábamos la roja, y a mí el eterno banco de suplentes, al Churro le vaticinábamos el gol de palomita. Éramos recurrentes.
Pero en esa entrada en calor, Crespoff infiltró sonriente un nuevo dato, el de su sueño: “Si la meto el domingo, hago la gallareta” dijo.
Por supuesto que inmediatamente desató mi carcajada y la de Mendoza. La de Mendoza era un poco más leve. Porque Mendoza siempre iba más allá… ya intentaba desesperadamente saber en qué consistía el festejo “gallareta”.
Entonces Mendoza le reclamó explicación actoral. Le preguntó con una risa que quería seguir creciendo: “¿Y cómo es la gallareta Churro?”.
Y el Churro lo demostró.
Pocas veces me reí tanto como cuándo vi “la gallareta”.
La gallareta era como un ritual. El Churro, inclinado hacia adelante, encorvado, se sostenía en pie con la zurda mientras, con el brazo izquierdo detrás de su tronco, se tomaba la pierna derecha flexionada, como si estuviera elongando el cuadriceps. Y con su brazo derecho, la única extremidad que le quedaba libre, remataba esa gran maniobra: Aleteaba.
Pero no era cosa simple, era increíble ver ese aleteo. Resulta difícil de explicar cómo se flameaba ese brazo. Era un movimiento en cámara lenta, pajarezco, con un sutil meneo de muñeca. Parecía un ave de verdad.
El tipo fue un mago. Porque con esa ocurrencia y su brillante interpretación (conjugada con su dental sonrisa), sacó de la galera la carcajada de 30 compañeros y el cuerpo técnico. Justo en ese contexto tenso, de ansiedad, faltando poco para el partido.
Por fin llegó el domingo.
¡Qué linda que estaba la cancha! repleta, alrededor de dos mil almas ilusionadas querían ver al club de su pueblo derrocando al gigante capitalino. El sol entibiecía las frentes sudorosas. “La 970” , esa incondicional barrabrava del club, había decorado el alambrado que da contra la calle San Martín. ¡Que bien se veían esos trapos rojos! Además, habían picado millones de papelitos…
Mientras, el equipo entraba en calor en la cancha de básquet del club, los jugadores ya sentíamos el murmullo, la esperanza de nuestra gente. Esa sensación rara, esa mezcla de ansiedad y concentración extrema a la vez, ya invadía la sangre de los players. Encima, la charla técnica fue colosal. Pelusa las hacía cortitas, concisas, pero siempre atacaba al alma. Siempre hacía hincapié en el esfuerzo del día a día, y en la familia. Nos tocaba adentro.
Ese día, aunque me tocó comer banco como siempre, fue hermoso salir a la cancha. Los bombos, los cantitos, las familias, tanto rojo y los papelitos. Ese día, el Churro llevaba la 8 en la espalda.
Entre tanta ilusión, dentro y fuera de la cancha, el arbitro pitó el comienzo. Enseguida el partido se hizo trabado, aburrido. Muchas faltas, poco juego, pocos toques. Y la gente se impacientaba. Terminaba el primer tiempo y Sportsman no hacía prevalecer la localía, empataba 0 a 0.
El segundo tiempo arrancó muy parecido. Un embole. Pero menos mal que Pelusa me puso un rato, a los 20 minutos. No es por hacerme el canchero, todo lo contrario, yo era bastante perro; pero al menos entendía lo que debía hacer un wing: correr por la línea y tirar el centro.
Entré a jugar por izquierda. Me acuerdo que atacábamos para el arco de la calle Tello. A los 25 minutos agarré la primera pelota. ¿Qué hice? Por supuesto que la tire larga (aprovechando mi juventud), y medio exigido saqué el centro con la zurda. Justo la pelota me pico en un pocito, entonces la agarré como de sobrepique, por lo que el centro salió fuerte. El balón tomó altura y comenzó a bajar por el segundo palo, medio bombeado.
Por supuesto que el Churro venía entrando embaladísimo, desde la derecha, por sorpresa. Como aún se encontraba lejos de la pelota que ya estaba aterrizando, esa vez no midió tanto los pasos. Lo único que hizo fue despegar, lanzarse hacia adelante con una potencia inimaginable. Agigantó los ojos, la bola se veía lejana. Sin saber si lograría concretar el frentazo, el Churro iba por el aire avanzando metros. Cuando la pelota ya estaba por picar sobre el césped, cuando muchos ya se agarraban la cabeza; a tan sólo 25 centímetros del suelo, Daniel Carlos Alberto Crespo, el Churro, metió el cabezazo. Cruzado y alto, pareció un balazo. Se clavó al ángulo. Choele Choel estalló en el grito de gol.
Sus compañeros, todos felices, salimos disparados para abrazarlo; pero él, como si fuera una gran estrella del futbol mundial, nos fue esquivando a los manotazos. Nos amagaba y nos esquivaba. Claro, quería encontrar el espacio justo y la soledad necesaria para hacer la gallareta.
Encontró ese desierto sobre el banderín del corner (en la izquierda de nuestro ataque), ese que está en la esquina de San Martín y Tello.
Y allí desató el ritual. Se encorvó, agarró el equilibrio necesario previo al aleteo, y arrancó a aletear. La gente empezó a reír. Sus compañeros hicimos un semicírculo para contemplarlo. Mientras aleteaba, el sol se encendió aún más. En la cancha del Sportsman Club comenzó a sentirse una especie de energía cósmica.
Allá por el cuarto aleteo, su boca se cerró y lentamente se fue alargando, mientras se tornaba dura y callosa. Paralelamente, algo imposible empezó a brotar de su piel. Eran plumas. Sí, el Churro estaba emplumando, y su boca había mutado en un pico puntiagudo. Sus piernas se mantuvieron como siempre. El público entró en estado de fascinación. Sí, como les estoy contando, la gallareta simbólica se materializó.
El Churro engallaretó.
En ese momento me di cuenta que sus piernas no eran anormales, en realidad ¡¡¡eran paranormales!!! En ese momento entendí lo de sus piernas y el por qué de sus grandes palomitas.
La transmutación llegó a su punto culminante cuando el Churro comenzó a tomar vuelo. Sus brazos ya eran alas que desafiaban la gravedad. La gallareta salió de la cancha volando. Se perdió en el horizonte de las bardas, y quedó en el recuerdo eterno de todos los hinchas del rojo.
Me cago de gusto che, mortal el final
ResponderEliminarMuy bueno Agus! Me acuerdo de historias del Negro contandome de vos y Nico, los 3 sentaditos en el banco. Un personaje Crespoffky, me lo imagino a él y su gallareta.
ResponderEliminarAbrazo grande
David Pancrazi Sarti
Gracias a ambos. como yo, no se qué son ustedes.¿Somos escritores futboleros? ¿O futbolistas (frustrados)que andan escribiendo?
ResponderEliminarYo diría que un poquito de ambas, por no inventar cosas nuevas ni decir barbaridades jaja.
ResponderEliminarDavid
Yo futbolista frustrado y escritor por frustrase jaja. Igual las palabra escritor y futbolista sempre suenan a mucho...
ResponderEliminarMuy bueno vecino! que grnade que sos!!!!
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