Venía durmiendo mal estos últimos días. Algo me perturbaba, algo me pinchaba el cerebro. Se parecía a la culpa.
Anteanoche me fui a lavar los dientes; acomodé la almohada, las frazadas; apagué la luz, apagué mis ojos. Dos horas más tarde, me topé con un joven Negro Fontanarrosa. Tenía un flequillo tristón que intentaba disimularle la pelada, vestía un conjuntito deportivo, Adidas, azul marino.
No sé por qué, pero nos encontrábamos en mis pagos, a la par del río Negro. Estábamos frente a frente, yo de espaldas al río. Fontanarrosa fumaba. Y a medida que largaba el humo, me miraba como miran los villanos de las películas de acción, así, como con ganas de matarme. Sostuvo con ojos semiabiertos (o semicerrados) el examen visual hasta que se le terminó el primer cigarro.
Yo, muy quieto, sólo lo miraba, respetuoso, con algo de miedo. No sé qué quería, pero su mirada era terrible y no me permitía emitir palabra.
Al parecer, sabía mucho de mí, porque las primeras palabras que me dijo, después de sacar un segundo cigarro del paquete celeste de Le Mans suaves, y encenderlo con un encendedor del merchandising de Rosario Central, fueron: “Te conozco pibe, por eso, y porque me cuesta ser malo, te traje acá, al lado de tu río, acá donde te gusta”.
Yo estaba asombradísimo. Mi corazón latía raro. Tenía como ganas de saludarlo, pero era tanto el respeto, la imponencia de su figura ahí, en mi mundo, que no había forma de que yo dijera nada. Así que sólo esperé temeroso su accionar.
Pegó una pitada profundísima, y largó su exposición (que duraría cinco minutos, sin ninguna clase de intervalos). Hablaba pausado, rosarino, como siempre…
“Pibe, yo te conozco. Yo sé bien de esa grandísima impotencia que te agarra cuando dejás el alma para conseguir una cosa, algo que te cuesta mucho ¿no?, y justo aparece un gran pelotudo, de esos a los que todo les chupa un huevo, que te caga soberanamente la existencia” comenzó su disertación.
“Ajá”- asentí, sin salir de mi extrañeza. Fueron mis primeras palabras hacia él. El negro Fontanarrosa prosiguió con su discurso, sin percatarse de mi “ajá”. Paulatinamente iba enrojeciendo de calentura:
"¿Viste cuando después de bailar todas esas porquerías que no te gustan, digo marcha, reggaetón, brasilero, todo eso, por esa gringa que te seduce, justo aparece algún buen pelotudo, de esos a los que todo les chupa un huevo, le envía un mensaje de texto y la gringa te dice “ya vengo, voy al baño” y no aparece nunca más?
¿Viste cuándo te cagaste estudiando tres semanas para sacarte aunque sea un 7, y el que se sentó al lado tuyo, ese pelotudo al que todo le chupa un huevo, pela el machete, logra un 10, y te dice “¡al pedo estudiaste tanto!”?
¿Viste eso que sentís, por ejemplo, cuando Víctor Hugo Morales se pierde el sueño de relatar el mundial para la televisión pública por el simple hecho de conservar su coherencia y libertad periodística, y justo el pelotudo ese de Tinelli al que, a propósito, ¡toooodo le chupa un huevo!, se va al mundial, se caga de risa de los hinchas extranjeros, y encima hace 40 puntos de rating?
¿Viste cuando bajaste a marcar, te tiraste al piso, recuperaste la pelota, tiraste un par de gambetas dejando a tres rivales desparramados, se la abriste al típico petizo ruludo, escurridizo, ese que juega de wing derecho, para que te la devuelva para chilena, o por lo menos para cabeza, pero ese petizo pelotudazo… ese petizo al que, por supuesto, ¡absolutamente todo le chupa un huevo!, engancha para acá, engancha para allá, haciéndose el “Orteguita”, hasta que pierde la pelota y encima se encula como Riquelme, y no baja a recuperarla?
Y te puedo dar mil ejemplos más… porque yo sé lo que te da impotencia…
¿Viste toda esa impotencia, pibe?”
Yo asentí nuevamente: “Ajá”.
Y en ese punto, el discurso continuo del Negro se frenó por un breve instante en el tiempo. En realidad fue como si se detuviera el tiempo, el tiempo mismo. Y entonces, como en un santiamén, comenzaron a aparecer, detrás del Negro, una suerte de nubes que iban tomando la forma humana de un montón de personajes que admiro. Un toco de mis referentes puestos uno al lado de otro, cubrieron por lo menos unos 120 metros de la costa de mi río.
Justo un metro detrás del Negro se apareció Víctor Hugo Morales, que con sus ojos pacíficos, me miraba con algo de lástima. De Víctor Hugo para la derecha, si bien no recuerdo a todos, vi que tomaron forma: el Capussoto más serio que jamás pude ver, Martín Palermo, Gabriel García Márquez (re caliente), también un centrado Homero Simpson, cuyo hombro izquierdo hacía contacto con el derecho de Juan Pablo Varsky. Un poco más allá vi al pelado y al gordito de TVR. También vi a mi novia, la Lu.
No me puedo acordar quién más estaba para la derecha de Víctor Hugo: creo que estaban Alejandro Apo, junto a Jack Nicholson y Robert de Niro. Los del extremo de la fila (hacia la derecha de Morales) ni se veían, pero estoy casi seguro que eran algunos profesores del secundario. Seguramente Marta, Liliana…
Para la izquierda de Víctor Hugo, el bosquejo era algo así: inmediatamente a la izquierda estaban mis viejos tomados de la mano. A su lado, Mendieta (sosteniendo con una correa a Inodoro Pereira) y mi tía Tachi (claro que iba a estar allí). Le seguían Woody Allen (sólo vi una de sus películas, no sé bien por qué apareció ahí, entre los que admiro. En realidad sí lo sé…algún día lo explicaré…), un Perón del año 46, un Alfonsín del 83, Eduardo Galeano (renegadísimo el maestro), Diego Latorre actual (me sorprendió esa presencia…), Osvaldo Soriano sosteniendo un gato. Siempre elegante estaba Cristina. Por la cara de culo, me pareció que Julio Cortázar se quería ir a la mierda, lo mismo mi abuelo Julio y mi hermano Nicolás. Aunque no alcancé a verlas, sé muy bien que las profesoras de la cátedra de Historia Argentina estaban por allí. También la profe que me dio los teóricos de Antropología Social. Algunos del panel de 678, los Beatles, el director de “Los Simuladores”, un Jorge Lanata de hace unos años (no parecía el que vi chupándole el culo a Mirtha Legrand), Dolina y León Gieco. Eran muchos. Sería un mambo nombrar a todos… Encima, medio que no alcancé a ver a todos toditos. Igual, en mis adentros, yo sé bien quiénes andaban por ahí.
En fin, a lo que quiero llegar es… es a explicar que todos estos fenómenos que se aparecieron a orillas de mi río, detrás del Negro, tenían algo en común. Se trataba de una seriedad intensa.
La cara visible de esa circunspección era la del mandamás, el Negro Fontanarrosa, que además de estar serio, tenía como bronca.
Cuando toda la retaguardia del Negro se desnubló, cuando todos (de extremo a extremo) ya eran de carne y hueso, cuando pasó el santiamén de sus apariciones, el tiempo y Fontanarrosa se reanudaron, comenzaron a fluir de nuevo. Roberto Fontanarrosa me volvió a preguntar, suavemente: “¿Viste toda esa impotencia, pibe?”. Hizo una pausa breve. “¡¿VISTE TODA ESA IMPOTENCIA, PIBE?!”. Esta vez me gritó.
“¡Sí!” -dije con la cabeza gacha, muy débilmente.
“Bueno pibe, -continuó Fontanarrosa- tenés que entender que esa impotencia… Sí, ¡ESA IMPOTENCIA!... Esa misma impotencia sentí yo cuando vi que tus amigos leían toda la porquería que andás escribiendo. ¡Te leían a vos! ¡A VOSSS! ¡QUE SOS BIEN PELOTUDO!¡QUE TODO, TODO, TODO TE CHUPA UN HUEVO!”. Nunca me hubiera imaginado antes de ese encuentro, que Fontanarrosa se podía enojar tanto.
En ese momento se acoplaron a las palabras del Negro las voces de todos los prodigios que estaban a su espalda. Todas esas ondas se hicieron una sola voz. Una voz que sonó robótica y potente, cuyo tono pareció de tristeza, de desesperanza. Tal vez de resignación.
Todos descargaron lo que venían a descargar, y gritaron desolados:
“¡¡¡Uno que se esforzó tanto para dejar un legado…!!!”
Ese fue el mensaje de Fontanarrosa. Y de todos.
Yo, que estaba tenso, me quedé mudo por unos segundos. Cuando pude reaccionar, me quebré en el llanto. Con una gigantesca angustia abracé a Fontanarrosa, le inundé el hombro de lágrimas. Mariconeando, frágil como un asesino arrepentido, lo único que pude decir fue:
-“Perdón, perdón, perdón”.
El negro Fontanarrosa me contuvo con un solo brazo, el otro lo usó para pegar otra larguísima pitada. Los acompañantes se fueron convirtiendo en nube, hasta que desaparecieron. Fontanarrosa largó el humo y me dijo:
“Tá bien, tá bien pibe… se hace lo que se puede…”
Anoche, por fin, dormí como un ángel.
Muy bueno. Si todavia te queda algo de culpa hace zapping en horarios pico o metete al facebook un rato, o lee a cohelo.
ResponderEliminarJajaja muy bueno. No me espere ese final en ningún momento. Además debo agregar que fue muy atrapante y llevadera la lectura. Te felicito Agus!
ResponderEliminarGracias marquito! hice mas o menos lo que me dijiste... Anoche le dediqué 3 horas al facebook, miré Sofovich jugando al bowling y, tras la cena, me puse a leer autoayuda..
ResponderEliminarY vos Anónimo, ¡dá la cara! porque no se quién sos... (igual, estoy casi seguro que sos mujer. Porque me dijiste "Agus"... con "s" al final). De todos modos, Anónimo, muchas gracias y perdones!
Muy buena história.. si eso fue un sueño de verdad, tenes una memoria prodigiosa, jaja. Y el dibujito que te mandaste es el pantallaso justo de lo que contas.
ResponderEliminary no te preocupes, que el Negro mas que seguro te banca, y toda tu gente tambien.