viernes, 14 de diciembre de 2012

Arriba giraba lento la bola de espejitos. La hinchada gritaba “dale campeón”.





El wing derecho tenía antecedentes de preciosos centros de rabona y –a la vez- de delicadas serenatas por la medianoche.
Metas siempre claras las del 7: Desbordar y conquistar.
La redonda. Siempre pegada al pie. Un pique corto descomunal y cintura de sacacorcho.
La viola. Acariciada con arpegios de balada. Canto dulzón con ojos entrecerrados, estrategia feroz.
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Dos claros referentes. El René Housseman y Sandro.
Si lo hubieran parido en Brasil: Garrincha y Roberto Carlos (no el jugador,  el del millón de amigos).

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El banderín de su habitación…  En vez de escudo lucía una rosa roja.

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¿Qué diferencia había entre la vez de la final, cuando recibió la pelota mansita contra la raya; con aquella vez del baile, cuando le presentaron a la Colorada?
El romántico wing derecho recibió la bocha sumisa y explosivamente tiró un caño. Fue tan emocionante como el bolero que desenfundó en el karaoke para dejar boquiabierta a la pelirroja.
Desconcertado y sin chances de nada quedó el 3 rival.  Entonces el puntero, con espacio y la autoestima inflada lanzó un centro picante equivalente a los golpes de micrófono que se dió mientras cantaba. (Unos chirlitos suaves, sobre el costado izquierdo de su pecho, que se disfrazaban de latidos).
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(“Efecto latido”. La había patentado entre sus amigos. No le fallaba).

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El centro cayó al  primer palo. Desde la defensa la despejaron al vértice del área. Él ahí.
Fue un rechacito. Como esos rebotes histéricos que te dejan una ventanita abierta, que te dicen insistí un poquito más.
Algo así fue el desamor de la Colo. (Le bajaba un poco los ojos y le anteponía los codos. Él quería bailar más pegadito esos temas de Jambao, sobre las periferias de la pista).
Y ahí venía la pelota expulsada, expulsadita, con curva de arcoirís. Le caía justito para la volea. Entonces fue que el sentimental extremo derecho se perfiló:
-Tus labios…
- ¿Mis labios qué?
- Parecen murmurar mil cosas…

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Se derritió la colorada.
La pelota que caía como nieve.
Él aprovechó. La agarró indefensa y sacó de esos bucles color cantimpalo una rosa perfecta y se la entregó delicadamente frente a sus narices.
Hizo magia, ahí, sobre ese rincón de la pista.

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La empalmó de lleno. Se clavó al ángulo.
¡Golazo! ¡Golazo del wing!  La besaba.
Arriba giraba lento la bola de espejitos. La hinchada gritaba “dale campeón”.




3 comentarios:

  1. Es muy bueno. Sí señó, muy bueno. Además de lo cabalístico del número 7, qué número.
    Lalbert

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  2. Muy, muy bueno. Siempre use el 7 y mi primer novia, la primera de la adolescencia, la del primer beso "pura pasión" era y es, por suerte; colorada.

    Abrazo bostero

    Fabricio

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  3. es moooy boeno, y divertido ! y los colorados/as son mi debilidad... me encantó !

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