domingo, 8 de noviembre de 2015

Cómo es que hacían



I. ¿Cómo es que hacían? Yo no lo podía entender y me daba un poco de bronca o –capaz- de envidia. Cada espárrago gigante, cada puño cargado de resplandecientes esparraguitos que ellos conseguían -cuando yo  apenas tenía dos o tres flacuchentos en la mano- eran cachetadas para el ego competitivo de cualquier mocoso aventurero.


II. Pienso en ellos, en su picardía silvestre y en sus destrezas, y tomo noción de cuán difícil fue aquel tiempo. 

Para mis viejos, docentes, que cargaban con dos varoncitos de ocho y nueve y una gorda de un año y pico, claro que transitar los años 90 se hacía cuesta arriba. 
Yo era un niño feliz y no dimensionaba tanto lo que pasaba. Lo mío de aquel entonces –pienso- se puede hacer extensivo a una gran parte de los chinitos criados en un pueblo:

La libertad es total. Entonces, ni siquiera la necesidad es capaz de sacarte la alegría.


Mi vieja juntaba monedas y para mí eso era como un juego. Jugar a la incertidumbre, a la ilusión de un tarro lleno/ de un número esperado, que alcance para dos pares de Sportlandia.
Los fideos moñitos con manteca que aparecían en la mesa día por medio eran riquísimos. Y qué buena y vibrante la sensación de la maquinita de pelar con la que mamá nos mutilaba todos los meses. Nos decían “los huevos” o “los peluches”. Andábamos muy cómodos, sin piojos ¡y no gastábamos en peluquería!
Para aquel negrito flaco, que tanto amaba jugar a la pelota, ir al salón de la UNTER significaba ni más ni menos que tener espacio para correr y tirar “barridas” profesionales en aquel brillante y resbaloso piso. 
Asistir a las marchas era rodearse de las caras de últimamente y tener ese asombroso permiso para pegarle fuerte al bombo con un pedazo de manguera gruesa. Aplaudíamos todos juntos y cantábamos como las hinchadas. Me acuerdo… yo cantaba sin pensar, sin entender un carajo, pero yo cantaba que “la dignidad del pueblo no se vende”.


III. Por la “retención de servicio” prácticamente no tuvimos clases y finalmente pasamos de año por decreto. Fueron cientos de tardes absolutamente nuestras. Había que ser creativos, ingeniárselas cada siesta para encontrar algo divertido que hacer.
Algunas veces la mejor opción era ir a juntar espárragos a la par del nacimiento del bracito del río. Con mi hermano, Nico, pasábamos a buscar a nuestro querido amigo, el Sebi, y después de tirarle algunos piedrazos al sufrido cartel de El Mangrullo y costear la cancha de Almafuerte, llegábamos a nuestro tupido bosquecito.
Nuestros buenos amigos de La Pobrecita que vivían por ahí, en unas precarias construcciones escondidas entre los enormes álamos plateados, no tardaban en aparecer, cada uno con un tramontina en mano. Ahí empezaba la diversión en conjunto, aunque también una tácita competencia, una demostración de destrezas que al final de la tarde me dejaba más o menos incompleto.

*

Recuerdo haberme concentrado mucho. Avanzaba atento por los senderitos, con el ojo agudo direccionado a la tupida vegetación. La consigna era simple: antes de encontrar los espárragos había que detectar la esparraguera. Cuando por ahí me daba con la fortuna de encontrar una esparraguera virgen cobijando a tres o cuatro esparraguitos, los cortaba rapidísimo para ir volando a buscar más. 
Para ser un destacado recolector, no se podía perder tiempo. Cada esparraguera descubierta significaba una emoción parecida a la un gol en la canchita de la escuela 236. Pero, igual, todo era efímero. Mis ganas de demostrar mis hazañitas se apagaban rapidísimo, al minuto; ni bien el Pablo, el David o el Damián salían de cualquier lado con un ramillete verdísimo, contundente y prolijo, que deslucía por completo mi cosecha.
¿Cómo mierda hacían?


IV. En estos días, pienso en la lucha de mis viejos y todos los docentes que llegaron a estar tres meses sin cobrar, y también me pregunto qué tan duro habrá sido aquel tiempo para aquellos amigos que no tenían ni siquiera para los moñitos.
Y de mi pensamiento emergen un par de certezas:
Primero, que -pese a todo- los muchachos de La Pobrecita eran muy muy libres, entonces, más allá de la puta necesidad, vivían con dignidad. 
Y, segundo, que esos chicos eran muy ágiles y fuertes.recién ahora me puedo responder cómo es que hacían...  Recién ahora, que me estoy preguntando qué comían. En términos de vitaminas y de minerales, esos guachitos estaban mucho mejor que yo.





6 comentarios:

  1. Nico,en esa época los "moñitos" se multiplicaban en muchas casas... por eso seguimos siendo "compañeros" porque compartimos las miserias de esas épocas y también seguimos, en estos momentos compartiendo la esperanza de continuar

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  2. En mi casa está siempre el cuento de que cuando tenía tres o cuatro años un día mi mamá hizo milanesas pero, como siempre comíamos fideos, cuando me preguntaron "¿Sabes que vamos a comer hoy? Mi ....Mi ... " Yo respondí "Mi FIDEDOS!!

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  3. como siempre, en la historia pequeña está la historia grande, la Historia, las decisiones políticas que atraviesan, bien por el medio, las vidas , las comunes vidas, de todos... Tan bien contada tu historia, Agu ... (un nudo al medio me queda, mire usté)

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  4. Los moñitos vuelven... Muchos recuerdos,mucha vida. Gracias Agus por como los traes.Abrazos.

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  5. no cosecharas esparragos, mas si cosecharàs almas

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