Negrito de los arrecifes

No quedaba tan lejos.

Pero, por esas cosas de que unos pueden y otros no, al mar sólo lo conocía, lo soñaba, por el Discovery Chanel.

Un grupo de amigos.

Un combate – con el rostro rígido-contra la vergüenza adolescente para concretar con el plan de ahorros que parecía infalible: venta de rosquitas.

Un futuro: el mar.

El anhelo de ser protagonista de esos relatos de los que sí podían.

¿Por qué no conquistar una desconocida bien bonita, y besarla?...

¿Y quién sabe en qué punto las lenguas y las manos desesperadas se iban a frenar?

Y en una de esas... enamorarse, contemplando el amanecer.

Y desenamorarse con el día ya despierto.

La expectativa, el cosquilleo al cargar el equipaje.

Unos 200 km, cercanos para un viajero, lejanos para un ansioso.

Un dedo índice le señaló aquello azul del fondo, y dibujó sobre su rostro –como si fuera un vidrio empañado- una sonrisa que apaciguaba la ansiedad.

O la despertaba más.

Entrar al pueblo costero, descargar el equipaje en el patio de una casa en construcción (con el permiso y el aguante del constructor).

Y ahora sí, rajar feliz para la playa.

Llegar y sentir esa emoción gigante que produce ese enorme coso de agua.

Una vez aclimatado, respirando aire de aguasal,  preguntó dónde “los arrecifes de corales” y la “multiplicidad de peces multicolores”.

Sus amigos carcajearon.

Hoy es un gran laburante, y sí puede.

Cada vez que visita al mar, se envuelve de neoprene y a través de las antiparras busca los “arreshifesh de coralesh”.  

Desde cuando no podía que pronuncia las “s” como gallego, digamosh que ashí. 

                                                                                                                                                            *Al negrosh!