1.
Hace casi diez años que me fui de mi pueblo ¡Cuánto! Más de un tercio
de mi existencia y, sin embargo, puedo decir que sigo siendo de Choele Choel.
No hago mal al admitir que Córdoba me ha recibido bien, me ha dado un
amor, amigos del alma y me ha contagiado ese bichito combativo… el de la Reforma
y el Cordobazo, el del Club Atlético Belgrano. Ahora bien, estoy casi seguro al
decir que en Córdoba siempre me sentiré extranjero.
Pienso que la identidad de cada quien es cosa complejísima y se afirma
sobre arenas movedizas. Aunque en esa cosa enmarañada, a veces, la verdad surge
de lo espontáneo. En mi caso, cuando hay que dar una respuesta rápida, no dudo:
en esas situaciones en las que debo entrar a una pulpería y pisar fuerte ante
la mirada de varios gauchos, lo primero que me sale es decir
-
Soy Agustín, de Choele Choel
2.
Choele Choel es una pequeña ciudad lombriz que está aferrada a su
Dios, el río Negro. Alguna vez definí a
Choele como el “parásito del río que mejor abraza”. Así lo volvería a definir.
Llama la atención su nombre. Al foráneo, sobre todo, le pica saber qué significa eso, y jamás encontrará
una respuesta concreta. Se sabe, claro, que “Choele Choel” viene de alguna
lengua originaria. De esas lenguas con las que se comunicaban los masacrados por
la Campaña del Desierto. Choele Choel fue fundada en el contexto de tal
genocidio.
Es probable que el río sea protagonista en ese llamativo nombre. (El
río es el corazón de Choele Choel y protagonista casi en todo). En épocas donde
no había represas para contenerlo, el río crecía y arrasaba. Producía ruidos
fantasmagóricos y al bajar dejaba formas abominables. De ahí es que nacen las
versiones: Ruidos extraños, Espantajo de resaca, Espantajo de cáscara de
árbol.
Algún material también dicta que “Choleechel” o “Choelehechel”, es el nombre de
una tribu. Inclusive emergen otras interpretaciones como las de Flor amarilla, Amarillo florido, Lugar de
gente del sur, y la tragicómica traspolación Hasta acá llegué. La historia dice que para Perón, existió un cacique
llamado Choelechoel. Y según Rodolfo Walsh, Choele Choel es “corazón de palo”[1].
No está bien claro si el
periodista más grande de todos nació en mi ciudad o cerquita, en el pueblo de Lamarque. Sospecho que fue en el pueblito de los
tomates, que en el año en que Walsh arribó al mundo (1927) se llamaba todavía Pueblo
Nuevo de la Colonia de Choele Choel.
Lo cierto es que Rodolfo Walsh
descubrió la luz en estos pagos. Tal vez, ese surgir aquí, sea el anzuelo para
que su obra llegue y movilice a sus jóvenes. Me gusta pensar que ese valiente,
uno de los mejores intérpretes de la realidad,
tuvo aquí, al salir de la panza, su primer contacto con la realidad, con
ese mundo que había que dar vuelta.
Y así como me siento orgulloso de
mi pueblo, presumiendo por el río más hermoso
y el primer llanto de Walsh, me siento tristemente avergonzado (con una
angustia que me ahorca) al contar que en este lugar desapareció el joven Daniel
Francisco Solano.
Uno nació y se fue. El otro llegó
y murió.
3.
Cualquier cosa puede suceder luego,
pero llegar desde el norte a Choele Choel es muy bonito.
Según el tramo de la historia que
se esté transitando, se puede llegar a pié, a caballo, en auto, en colectivo, incluso
en avioneta. Se puede llegar de miles de formas, sólo o acompañado, con un plan,
un sueño, o a la deriva. Se puede llegar
de visita. Se puede llegar para estudiar, para buscar un trabajo, o probar un
amor. Se puede llegar siendo parte de una campaña junto a un ejército de
soldados obligados a correr/cazar indios. También se puede llegar en
colectivo, junto a cincuenta golondrinas engañadas que sueñan algo parecido a
la dignidad.
Se puede todo aquí. Asentarse
para siempre o rajar. Enamorarse hasta la médula y sufrir como un desgraciado el
desamor. Trabajar decentemente o ser explotado. Vivir y morir. O lo que es peor
que morir: desaparecer.
…
Sea cual sea el medio de
transporte, usted, que llega desde el norte, deberá cruzar el río Colorado para
pisar por primera vez la Patagonia. Después, tendrá que meterle por el desierto
varios kilómetros, siempre derecho hacia el sur/suroeste.
El camino será monótono y
aburrido, entre alpatacos y jarilla, entre liebres y perdices. Los colores
apagados, marrón, marrón claro/amarillento, y un verde apagado. Arriba, bien
lejos e intocable, estará el cielo enorme. Por más que le parezca que está repitiendo
el camino, usted siga avanzando derecho.
En algún momento notará un leve
cambio, ondulaciones en la tierra, algunas lomas. Atraviéselas. Por fin llegará a un filo. Le hablo de un corte brusco
en esa cadena de lomas. Se trata de un stop del paisaje que le deja el paso
libre al río Negro. Yo sé que usted se quedará boquiabierto del verde ¡de todos
esos verdes, guirnaldas del torrente! Se caerá de culo al contemplar lo que hay
enfrente, el hermoso valle medio del río Negro.
No es que usted sea
hipersensible. Esto pasó siempre y -mejor que yo- lo atestigua el diario de
viaje del Coronel Olascoaga, el segundo de Roca, en aquellos años de la campaña:
-(…)
A las 2 p.m. un chasque del Comandante Fotheringan, que nos había precedido,
siempre en su servicio de vanguardia, nos da la noticia de que ya se había
divisado el Río Negro.
A las 4 1/2 p. m., los que marchábamos con el Cuartel General, somos sorprendidos y detenidos involuntariamente delante de un espectáculo inmenso, espléndido.
Acabábamos de llegar al borde de una barranca y a nuestro pies se precipitaba un declive rápido, casi a pique, descendiendo a cien metros de profundidad, en la que se extendía el más grandioso y nuevo panorama que ha podido deleitar la vista de un Viajero.
A las 4 1/2 p. m., los que marchábamos con el Cuartel General, somos sorprendidos y detenidos involuntariamente delante de un espectáculo inmenso, espléndido.
Acabábamos de llegar al borde de una barranca y a nuestro pies se precipitaba un declive rápido, casi a pique, descendiendo a cien metros de profundidad, en la que se extendía el más grandioso y nuevo panorama que ha podido deleitar la vista de un Viajero.
¡EL RÍO NEGRO! Fue la exclamación instintiva de todos los
que llegamos a aquel punto antes de preguntar por el nombre de tan hermoso como
impensado espectáculo. Tiramos la rienda sin pensar y nos quedamos contemplando
un rato.[2]
Buena pluma la de Olascoaga. Hijo
de puta. Esa misma mano blanda con la que describía, se volvía de hierro a la
hora de asesinar indios.
Hace más de ciento cuarenta años,
la civilización llegó, expulsó a los “salvajes” y se adueñó de las tierras.
Hoy, justamente, para trabajar esas tierras, manda a buscar otros “salvajes” por
el norte, los disfraza de turistas y los trae con falsas promesas.
La civilización, que primero los desterró, ahora los explota.
4.
El caso Solano es largo y complejo, y todavía quedan ollas por
destaparse. El joven trabajador golondrina, desapareció hace tres años. Hoy se
cumplen 3 años. Se lo vio por última vez el 5 de Noviembre de 2011, cuando la
policía lo retiraba de un local bailable llamado Macuba.
…
Hay una burbuja hermética. Adentro conviven, compartiendo complicidad,
tres fuerzas duras: la empresarial, la policial y la judicial. Inclusive, hay actores de la sociedad civil
que son compinches reforzando la pompa (entre ellos, una buena porción de comunicadores
regionales).
…
Parte de la familia de Daniel está asentada en Choele, acampando en
una plazoleta, frente al Juzgado Federal. Son más de mil días lejos de la
comunidad guaraní Misión Cherentá, que se encuentra en las periferias de
Tartagal (Salta). Su confianza está puesta en los inquietos abogados que de a
poco, muy de a poco, junto a una porción humilde del pueblo, van pinchando esa
burbuja.
Para que explote algo tan poderoso, faltan más pinchecitos, muchos
pinchecitos organizados.
En general, los dirigentes políticos miran de reojo la situación. Lo
que está adentro y lo que está afuera de la esfera. No se animan a pinchar.
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5.
Hasta el momento hay 22 imputados, 13 procesados y 7 policías
detenidos.
En esta crónica, unas líneas se merece el padre de Daniel, Gualberto
Solano. Pues, sus ojos en pena, su mirada perdida, su dolorosa lucha, son la
mejor enseñanza que puede recibir un pueblo sumiso, disfrazado de “tranquilo”.
Gualberto sabe que le mataron a
su changuito. No entiende por qué. Él está esperando -primero que nada- encontrar
el cuerpo de su hijo, para llevarlo al lugar donde nació y tenerlo cerca para
siempre. En segundo lugar, espera que se haga justicia.
Una gran mayoría del pueblo siente pena por Gualberto. Sólo algunos
pocos entienden que con eso no alcanza.
6.
Para crecer no hay mejor lugar que mi Choele. No hay libertad más pura
que la de un niño de Choele Choel. No hay felicidad más grande que la de un
pibe de mi pueblo tirándose al río.
Alguna vez, viviendo en Córdoba, descubrí una forma genial de
conectarme con mi lugar. Sucedió un día en la ducha, cuando me entró agua por
la nariz. Esa sensación tan incómoda/ cosquilleo que se siente entre los ojos, no
sé cómo, pero me transportó al primer chapuzón del verano, cuando una célula
del río se te infiltra en el hocico y te molesta, pero no es capaz de rebajarte
ni dos gramos la alegría de estar ahí.
7.
En Choele Choel nadie quiere ser indio. Fulano es
un indio, Mengano es un indio, así
etiqueta la gente a quien, generalmente, es humilde. Con esa palabra, con
desprecio. Indio es el que roba (el pobre que roba), el que habla mal, el resentido. Mientras tanto, las calles de la ciudad llevan los nombres de los héroes de la Conquista.
Por la Roca, por la Avellaneda, por la Alsina, hay grafitis que preguntan ¿Dónde está Solano? y esténciles que no
olvidan su rostro. Las paredes hacen memoria, escriben la historia, allí, donde
la prensa oculta. Incomodan a ese gran silencio que en definitiva es cómplice.
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muy bueno Agustín, me reí mucho con la perspectiva de pueblo lombriz jaja me sentí muy identificado en las sensaciones, me encanto. Y por otro lado qué cierta la estigmatización de lo indio..Acá en el barrio donde trabajo, nadie quiere ser paraguayo, Saludos che
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