martes, 13 de septiembre de 2011

Una fuerza


Cómo me voy a olvidar. Dicen que estoy loco amigo, que fantaseo, pero te aseguro que no. Me lo acuerdo todos los días. Todavía no se me borran los ojos de aquel malhechor. Si no fuera por esa fuerza gigante (nuestra gran amistad), hoy no estaríamos tratando de hacer un mundo mejor. Hoy, seguramente, no te estaría escribiendo por el “día del amigo”, mi querido amigo.
Gira y gira por mi cabeza, por mis recuerdos -y te diría que a veces por mis pesadillas- aquella noche fría y los ojos venenosos de aquel malandrín. Yo estaba borracho. Eso implicaba estar un segundo más lento a la hora de pensar, de interpretar una situación, de reaccionar. Es más, me acuerdo que unos minutos antes no había podido salvar ese vaso de Whisky (las últimas gotas que nuestras pobres billeteras nos permitían) que jugaba con la gravedad, al borde de la barra del bolichón.
El hijo de puta tenía todo preparado ya. Ahora que lo pienso, seguramente estuvo ahí, esperándote toda la noche, desde el momento mismo en que entramos al baile. Yo me acuerdo que no entendía casi nada, salimos abrazados tiroteando piropos a unas que ni conocíamos. Vos, querido amigo, venías concentrado en ese escote. Yo abandone esa buena vista un ratito antes, como siempre haciendo fuerza por sostener mis teorías zonzas, rechazando cualquier tipo de corpiño armado. Pero menos mal. Menos mal, porque si no… ¡ese turro te liquidaba!
Lo vi justo, cuando abría apenitas su negra chaqueta de cuero. Buscaba algo que de seguro no era una birome. El muy forro ya la tenía cargada y todo. Yo lo venía viendo.  Pero con ese pedo y sabiendo de tu buen corazón, nunca pensé que la bronca sería contra vos.  Hasta que el infame te apunto.  Decí que lo venía viendo, alguna fuerza me obligó. Ahí me convertí. Una fuerza extraña me movió. Reaccioné como una luz. Te la daban en el pecho hermano, no te salvabas. Pero, como te digo, una fuerza extraña (no se si externa o interna) hizo que me arrojara contra la bala, yo digo siempre que es la fuerza de nuestra amistad.
Ese traicionero de mierda salió corriendo. Vos lo quisiste seguir, pero a los poco metros te preocupaste por mi. Yo de eso no me acuerdo nada, estaba inconsciente. Pero por lo que reconstruí a partir de testigos, sobre todo de la pechugona del corpiño de acero, es que me llevaste –luchando contra tu propio desconsuelo- bajo el techito de la esquina. Los llamados a la ambulancia fueron en vano (como sucede siempre en las madrugadas de nuestro pago).
Mandaste a la tetona a comprar algodón y agua oxigenada. Mientras tanto me apretabas el hombro con tu camisa, intentando detener la hemorragia. Era tanta la sangre que ni cuenta te dabas de donde me había impactado la bala. “¡No te mueras amigo! ¡No te mueras!” eran las palabras desesperadas que repetías una y otra vez.
Volvió rapidísimo la muchacha de la farmacia. Me limpiaste la herida con tanto esmero como desesperación. Te diste cuenta que la bala me pegó en el hombro. Sonreíste, según ella me contó. Me sacaste la bala, yo no sé cómo. El algodón y el desinfectante sirvieron de mucho.  Seguías sonriendo. Sabías que no era nada.
Hoy tenemos la suerte de mantener nuestra amistad, amigo querido. Hoy, gracias a mí, gracias a vos, y a esa tetona, podemos seguir con nuestras ideas de mejorar el mundo.
Te dejo un abrazo grande, espero verte pronto. Saludos a tu señora, la querida Claudia. Prometo que ésta es la última vez que le digo “la tetona”, y dile que ya no tengo nada contra los armatostes que usa de sostén.

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