Río, por la nariz

Volví caminando, cansado el cuerpo y el bocho. Contaminado de vapores vehiculares, de propagandas de año electoral, de modas y ruidos a más no poder.

Con ganas de vomitar bocinazos llegué con suspiro de “¡por fin!”. Tan sucio me sentía que rumbeé hacia el baño, me tentó la bañadera. Solo por el cansancio me quedé en la bacha, mirándome al espejo.  Me vi la cara de culo, mientras tomaba el jabón.

 Las manos enjabonadas, bien rastrilladas, y el agua que se llevaba un poco de mierda de esta ciudad.  Ellas, secas y perfumadas  (lo confirmaron mis sentidos). Pero igual me sentía incomodo, aturdido, la palabra es la de antes, contaminado.

Abrí nuevamente la canilla, mientras mi desgano se reflejaba en el espejo. Junté mis manos, formando una piletita, como cuando tomaba agua de la canilla del club.  Bajé la mirada, se lanzó contra el estanque un segundo antes que mi cara.

Se sucedieron dos chapuzones más. Y fue en el tercero que me entró agua por la nariz. Agua en la nariz y esa preciosa incomodidad entre los ojos (o debajo de ellos) que me transportó hasta el río:

 Me saqué la remera,  las ojotas, y bajé corriendo por la playa de piedras, sin importarme el daño en los pies.  Me estampillé contra la corriente y me hundí unos segundos. El agua, fresquita, bien suave, me relajó. Aunque me entró agua en la nariz. Una cosquilla dentro mi cara me incomodó. Recurrí a taparme un orificio de la nariz, y por el otro largar el vientito para que arrastre restos de ciudad. Luego lo mismo, pero por el otro agujerito. Me miré al espejo, me sentí puro.

Foto de www.isla92.com.ar