sábado, 2 de julio de 2011

El Daniel

Fuimos al parripollo con mi viejo. El resto de la familia se quedó esperando, ansiosa (¿hambrienta?), el pollito con fritas. Seguían discutiendo –en vano- si “chimi”, limón o provenzal. Con el viejo ya íbamos con la decisión tomada.
Miramos el cartel en la vereda, nos pareció un buen precio. El humo salía por cuanta abertura había en el local. Entramos en el  humo, nos chillaron los estómagos. Ese olorcito…
Sólo había  una pareja delante de nosotros que encargó medio pollo con chimi y ensalada. Detrás del mostrador estaban el parrillero y su señora encargada de las guarniciones.
Él era morocho, de pelo encrespado, medio petizón. Cordobezazo (en cuanto a la terminología), estaba transpirando como un carrilero de Bielsa. Terminaba cada una de sus frases diciendo “papi” si se dirigía a un hombre, y “mami” si se dirigía a su mujer o a esa chica que pidió el medio pollo. La señora no hablaba mucho, sólo acompañaba las conversaciones con la mirada y una sonrisa medio trucha, tal vez harta de escuchar siempre los mismos diálogos.
De este lado del mostrador, sentado junto a una mesita de plástico que estaba bien puesta sobre un rincón, había un viejo charlatán. Ese parecía ser el lugar donde este señor (no sé si volver a decirle “viejo”, pues, apenas pasaba los 60 años) pasaba gran parte de su vida. Yo dudé, no pude descifrar si el señor era el dueño del parripollo que estaba ahí –aferrado a esa mesita- comandando todo, o si en realidad era un pobre tipo solitario que no encontraba mejor compañía que la simpatía (y esa picardía inocentona) del parrilero. El viejo era  bastante alto, grandote, medio gordito. Tenía canas.  Lo más llamativo era su sentido del humor. Ese humor…“humor cordobés” que le dicen.
Aunque de vez en cuando, con algún “papi” del parrillero o alguna mirada cómplice del señor, nos querían integrar a la conversación; la verdadera comunicación, la interacción fundamental, se daba entre ellos dos. Hablaban de fútbol. El viejo era tan gracioso como melancólico. A cada rato decía algo del fútbol de antes, y despotricaba contra el de hoy. Mientras conversaban, me di cuenta o sospeché que estos tipos, cada uno por su lado,  no se perdían ningún partido. Pues ¿de qué hablarían –si no- durante todo el día siguiente? Seguramente cada uno por su lado –pensé- escucha atento las huevadas que opinan los comentaristas de la tele. Así, podían contar con  lindos argumentos para vomitar al otro día.
Yo estaba cagado de hambre, pero en un momento me olvidé de mi apetito. Fue cuando emergió en la conversación el tema Talleres.
-Oiga ¿usté vio el partido de Taieres aier?- El viejo miró a mi papá con una sonrisa pícara, esperando una única respuesta.
Mi viejo no pudo decirle la verdad. Respondió que “Si”, devolviéndole la mueca sagaz.
-¿usté vio cómo definió el muerto del 9 ese? ¡Pobre Gringo! ¡Qué troncazo ¿no?! Estaba sólito, tenía que empujarla nomás, pegarle con esto (se señaló el borde interno de su pie derecho).
Mi viejo ni sabía que había jugado Talleres el día anterior. De todos modos, asintió. Se mordió el labio de abajo,  y movió la cabeza con un gesto negativo, como diciendo “no se puede creer…”
-¡Así son los muertos de Taieres! Por eso tán dond´ tán!- pegó el grito el petizo, mientras terminaba de empaquetar el medio pollo para los de adelante.
El don no le dio mucha bolilla, ignoró esa chicana de casette. Él quería hablar de fútbol y lo miraba a mi viejo como si se tratase de un interlocutor válido. Además, el señor exigía que le devuelvan la mirada.
No es que mi viejo no sepa nada de fútbol, de hecho, según me han llegado comentarios él ha sido muy buen jugador. Y le gusta de vez en cuando ver fútbol. Pero sinceramente, del partido de Talleres no tenía ni idea. No conocía ningún jugador actual de la T.
-Si yo hubiera  estado ahí sabés cómo le hago ¿no?- El señor se paró de la silla, y con un movimiento lento demostró cómo hubiera definido el. Hizo un gesto sutil, muy técnico, haciendo de cuenta que definía con el borde interno. Exquisito. “¡ahí! Pegadita al palo” dijo.
Aunque la situación nos causaba un poco de gracia, con mi viejo nos quedamos sorprendidos con la calidad del movimiento. El muchacho de adelante, que ya tenía el pollo embolsado en mano, también vio eso. Mientras, su mujer estaba afanosa de huir de la humareda. Tanto ese pibe como mi viejo y yo afirmamos con la cabeza. Los tres al mismo tiempo estuvimos de acuerdo con cómo debería haber definido el 9 de Talleres.
-Escuchemé –el señor seguía mirando a mi viejo y pedía retribución de mirada- ¡no puede ser que jueguen tan horrible! Corren nomás. Corren y corren, y la que tiene que correr es la pelota. En mi época era otra cosa. Jugabas un picado en el barrio nomás, “en el potrero” como dicen, y aparecía cada mostro. Se jugaba  simple. ¡Y mirá que había defensores duros eh! ¡mamiiita!¡te serruchaban las canillas!
Resultaba difícil poder negarle algo al viejo. Hablaba con gran convicción y sus posturas parecían determinantes. Lo único que hacíamos era escucharlo y confirmar sus dichos moviendo la cabeza.
-Ahora dicen y se sorprenden que este pibe  Mascherano raspa… ¡tan mal de la cabeza!... ¿Vos sabés quién raspaba? ¡Mostaza Merlo, Perfumo, el Tolo Gallego!… ¡eeesos si que raspaban papá! Escuchame, Perfumo una vez lo levantó por el aire a Maradona que era pibe, lo dejó volteado, y encima después lo agarró de la patilla  ¿y sabés como le dijo? ¿sabés cómo? Le dijo “¿Nocierto que no te dolió pibe?” ¡Pff! Imaginate vos ¡esos raspaban! Un poco más acá en el tiempo, el flaco patadura ese que no sé ni cómo jugó en Boca, Jarabiiina ¿Cómo era?
- Hrabina- Respondí yo, que alguna idea tengo de fútbol.
-Si ese, no sé ni cómo mierda se escribe… esos raspaban. Ese debe haber sido el último de los que raspaban. El pibe este… Mascherano… es un Ada madrina al lado de los otros… ¿o no?- y seguía mirando a mi viejo.
-Si- respondía mi viejo. No había forma de negarle nada a este señor.
- Entonces ahí, contra esos animales había que pisarla y jugar. ¡Escuchame! Ayer Talleres jugó sin ningún 10. Y arriba encima jugo el “tieso”. Así le digo yo al gringo de melenita ese que juega de 9, porque es así, es tieso, hay que aceitarlo para que te doble la rodilla. Y en otras épocas, escuchame… Yo iba a la cancha y lo veía  jugar a Willington ¡Dios mío! ¡Con ese porte, esa elegancia! ¿Te acordás cómo le pegaba a la pelota?-solicitaba la respuesta de mi viejo- ¡Mama mía! Yo lo vi jugar mucho al Daniel, trotaba como un bailarín pero tenía los… - El señor se señalaba los huevos-  ¡bien puestos!…-.
Nostálgico, necesitando respaldo, lo miraba a mi viejo como queriéndole hacer entender algo.
-¿Qué le pongo?- nos preguntó el morocho, señalando los tarros transparentes que contenían los aderezos.
-Limón- respondimos con mi viejo, los dos al mismo tiempo.
-Yo una vez lo fui a ver a Willington a la cancha de Belgrano. Era la final de Córdoba, pá ver quién iba a jugar el Torneo Nacional. Te acordás que en esa época era así…-
-Ajá- respondía mi viejo.
- Escuchame, ese partido todo el mundo… todos los guasos de Belgrano le gritaban “Borracho, borrachín, aflojale al tinto” ¡y qué se ió! ¿Y Sabés que hizo el Daniel? ¿Te acordás? ¡Golazo de tiro libre! no se… de unos 30 metros más o menos. Entró en el segundo tiempo encima… ¡Entró en el segundo y metió ese golazón! ¡La clavó al ángulo! ¡Ese era el Daniel! Ese era…-
Listo el pollo, saludamos de buena forma  y nos fuimos. El señor se quedó cómo esperando algo de nosotros. Volvimos a casa conversando de la situación. “¡Qué personaje el viejo!” le dije a mi papá. Le pregunté si lo había visto jugar a Willington. Me respondió que no lo había visto muchas veces por la tele, pero que sí escuchaba los partidos por la radio y que se notaba que era muy bueno. “Era un jugadorazo, tenía una calidad increíble. Le hacían fama de que era lento, como a Riquelme ahora, pero tenía mucho manejo de todas las situaciones… es de los mejores que han jugado en clubes de Córdoba. En los 70, talleres tenía un equipazo” me contó mi viejo.
Cuando entramos para casa me fui derechito a la computadora. Abrí el Google, y ni bien escribí “Daniel W” apareció entre las opciones “Daniel Willington”. Me enteré de algunas de sus proezas y datos biográficos, pero en Wikipedia no había ni fotos ni videos.
Me puse a buscar alguna filmación, y ahí lo vi. Corriendo, con un trote diferente al resto… con una majestuosidad inigualable. Desparramando calidad, sacándose -con sencillez- hombres del camino y habilitando como pocos. Vi algunos goles de tiro libre. Era un remate extraño: Le pegaba a colocar, con comba, pero fuerte, fuertísimo. La metía en lugares imposibles de atajar.
Vi un video reciente, donde le hacían una entrevista. Un tipo carísmático, con mucho sentido del humor. Un tipo grandote, canoso, medio gordito. Nostálgico para hablar…
Agarré la cámara de fotos, un papel, un fibrón y salí disparando para el parripollo. El señor ya no estaba.
El Daniel me la había pisado en la cara, y cuando pude reaccionar… me gambeteó, como sólo los grandes saben hacerlo.


4 comentarios:

  1. Que genial. Dicen los que saben que Daniel fue el unico jugador que entrenaba a la sombra; mientras los otros corrian a el le daban una pelota para que hiciera jueguitos a un costado. Nuestro idolo maximo... cuando veo es camiseta con la T grande me dan ganas de haber nacido unos añitos antes jajaj. Abrazo.

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  2. Excelente Agu, es nuestra manera de vivir el fúbol, en la cancha, la tribuna, en un café o en una charla de diez minutos en un parripollo. Fiel retrato de nuestra ideosincrasia.
    Diego

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  3. ajajaj buenisimoo agu!! que grande el viejo!
    preguntale al parrillero!!

    Fran

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  4. che, esta buenisimo.. eso que no le hago mucho al futbol! pero me cague de risa (y hasta me emocione..)..este cuentito va directo para el balta, alto hincha de la t :)
    jo

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